lunes, 5 de diciembre de 2011

Frustración total.

Besia era una mujer de su mundo pero no comulgaba con él. No estaba de
acuerdo con ninguna de las normas de la sociedad en la que vivía. Se pre-
guntaba por qué le había tocado vivir en un mundo que no era el suyo, que
no iba de acuerdo con su forma de pensar. Se sentía un bicho raro entre
tanta multitud y solo muy pocas personas podían llegar a entenderla.

Un día entró en su vida un hombre que en el futuro iba a ser su desgra-
cia. Estaba ciega de amor, confiaba en él y vivía a través de él. Ese no
ver fue el que la llevó a un sufrimiento tan largo y tan profundo que aún
hoy está pagando un precio muy alto.

El caso es que llegó lo que nunca ella hubiera deseado: el temido y
oneroso divorcio. Ella sintió, cuando recibió la misiva, un sentimiento
contradictorio que la hizo estremecerse y a la vez sacar su vieja arma-
dura con la que iba a luchar a muerte contra aquél con el que había vi-
vido durante toda su vida, nada más y nada menos que veintiséis años.

Estaba un día viviendo un momento muy dulce cuando, de repente, una nube
endemoniada trajo lo peor que se puede uno imaginar: problemas, tanto
a nivel interno como externo y económico. Sí, éste último era el que más
quebraderos de cabeza le causaba a Besia. Había llamado a su puerta la
minuta y ¡vaya minuta!. Se sentía engañada, frustrada, abatida. Le habían
prometido una cantidad como devolución y ahora era todo lo contrario.
Tenía que abonar una cantidad más alta que la que la iban a devolver y
eso para ella constituía un engaño de lo más vil e incluso infantil.

Besia no quería ni podía consentir eso pero ella sabía que luchar
contra aquel animal de múltiples cabezas iba a ser un desastre. Así que
decidió callar, pagar y sufrir. Sí, sufrir de nuevo, porque nadie le
escucha, nadie atiende a sus razonamientos. Busca su sitio, un sitio que
sabe que nunca encontrará, del cual nunca será merecedora.

Ella está desolada, sin salidas. Terriblemente cansada. No tiene armas
para luchar. La sociedad está en crisis, no hay lugares donde poder ganar
dinero honradamente. Todas las puertas se cierran y su túnel sigue sin
tener luz. No ve nada, está ciega en medio de la luz. Su cabeza busca
y busca, sin descanso. No come, no duerme, solo piensa. Cuanto más ejer-
cita su intelecto, menos soluciones alcanza. Está en una encrucijada. No
puede pedir ayuda a su familia y solo hay alguien que se atreve a tender-
le la mano para sacarla de ese agujero pero ella no quiere que se vea
involucrado en él. Ya es demasiado duro para ella para que un tercero
entre.

Está muy cansada. Sus ojos quieren cerrarse para siempre pero una fuerza
interior le dice que todavía no, que tiene que seguir, que su lucha tan
encarnizada y tan larga tiene que acabar alguna vez y que verá el fin de
todos sus sufrimientos recompensados de alguna manera.

Besia se rebela contra esa fuerza interior. Ya son tres años y no ve
nada. Tiene ganas de ser feliz, de vivir, de volar.

Esa fuerza le dice:"Besia, no zozobres. Tu fin está cerca y sonreirás,
vivirás, volarás, te ilusionarás y serás una persona plenamente feliz"

"Ojalá sea así!", piensa ella. Porque de lo contrario, me volveré una
mujer solitaria, sin sentido, vagabunda.

Besia recordaba tiempos mejores pero sabía perfectamente que los re-
cuerdos solo le traían dolor, así que había decidido dejarles aparcados
en un viejo bául que su padre trajo un día, lleno de polvo.

Sola seguía adelante, sola pretendía escalar una montaña tan alta que
solo un especialista sabría, sola quería saltar todas las vallas de una
competición, sola sabía que era difícil el reto pero que tenía que inten-
tarlo porque ella nunca se rendía. La vida le había enseñado a luchar en
la adversidad y esa ocasión tenía que superarla como fuera.

Pensaba: "¿Fue bueno tomar esa decisión o me equivoqué?". Esa refle-
xión la reconcomía por dentro cuando se paraba a analizarla pero ya no
había vuelta atrás. Tenía que mirar hacia adelante, con el sol de cara
y las ganas de vivir. Ella sabía y reconocía que era duro, difícil y
áspero pero por amor a su hija tenía que seguir escalando ese pico aunque
le faltara el oxígeno. Seguro que una mano amiga le esperaba allí arriba,
dándole el oxígeno y el aire que necesitaba. Miraría en la cima a su
alrededor, intentando no mirar abajo (ya que era su pasado) y crearía a
partir de ese punto un futuro mejor, sin el can Cervero que tanto le
había acosado durante toda esa escalada e intentaría olvidad. Sí, olvidar
todos los momentos tan amargos que había sentido. Seguro que lo iba a
conseguir, sin duda, estaba convencida.

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