lunes, 26 de diciembre de 2011

Ensombrecida

Ella sentía que en todo su caminar no había luz. Anhelaba la brillante
luz que los demás tenían pero Besia sabía perfectamente que nunca la encontraría, a no ser que se apartara de ese túnel tan lóbrego y oscuro que la estaba cegando y apagando.

Para Besia esta sombra constituía una agonía constante, un no saber cuándo encontraría el fin y eso la apesadumbraba.

La vida se iba pasando y ella no se sentía viva, más bien cada día
moría un poco más.

Un día se atrevió a traspasar esa sombra y solo consiguió tristeza y dolor. Sí. Dolor. Dolor por no ser comprendida, dolor porque esa sombra
que intentaba traspasar era tan pétrea que no podía horadarla ni aun con los sentimientos. Dolor sentido desde el fondo porque por más que luchaba, su victoria no llegaba. Lo intentaba con todas las fuerzas y armas de las que disponía, pero nada, no conseguía ni siquiera rozar la pared.

Vivía aislada. El mundo la había relegado a un ostracismo total. Se sentía señalada y acusada pero no sabía de qué. A fin de cuentas ella
no había hecho nada a nadie para perjudicarles. Más bien, era ella la
que siempre aceptaba las consecuencias e intentaba llevarlo lo mejor posible.

Besia estaba harta de tanta incomprensión. Resio era terco, orgulloso.
Sabía que la única solución a su problema era escapar de allí pero ¿cómo?

Conocía y entendía que las circunstancias laborales en aquel momento
eran duras y difíciles pero solo anhelaba ser tratada como una persona normal, con respeto y educación pero esos dos deseos nunca iban a cumplirse.

Un día llegó a casa convencida de que tenía que hacer algo pero la duda más grande la engullía y otra vez la soledad la embargaba.

Muchas veces pensaba que desearía que la tierra se la tragara para siempre pero sabía que eso sería un acto de cobardes y ella tenía una fuerza interior que la empujaba a seguir. Seguir, sí pero ¿cómo?

Se sentía la mujer más desdichada del mundo. Sin horizontes, sin ilusiones, sin amigos, sin nada. Solo le quedaba su propia fuerza que iba mermando poco a poco.

El mundo a su alrededor seguía viviendo, como si nada pasara, pero
ella sabía que a ese mundo también le tocaban esos problemas, aunque nadie
quisiera reconocerlos. Este mundo vive en una hipocresía constante. No somos sinceros, ni puros, ni nos vemos a nosotros mismos. Solo queremos vivir nosotros, no somos solidarios, ni altruístas. Solo queremos hacer daño a los demás y eso no es justo. No cumplimos con los valores que nos inculcaron cuando éramos niños y jugamos al arte de la guerra, a conquistar botines, naciones, a someter a personas y eso no es lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos e, incluso, maestros.

Es una pena que Besia en sus reflexiones no saque una conclusión para poder seguir con su vida adelante y que tenga que cambiar de barco y de rumbo para encontrar el paraíso. Si intentáramos entre todos ser un poco mejores de lo que somos y no solo en estas fiestas navideñas, estoy segura
de que el mundo sería mejor y estaríamos más alegres con nosotros mismos.
Ya sé que pueden tacharme de idealista pero dicen que solo el mundo lo podemos arreglar los que en él vivimos y si alguien no empieza la cadena, nadie lo hará.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Frustración total.

Besia era una mujer de su mundo pero no comulgaba con él. No estaba de
acuerdo con ninguna de las normas de la sociedad en la que vivía. Se pre-
guntaba por qué le había tocado vivir en un mundo que no era el suyo, que
no iba de acuerdo con su forma de pensar. Se sentía un bicho raro entre
tanta multitud y solo muy pocas personas podían llegar a entenderla.

Un día entró en su vida un hombre que en el futuro iba a ser su desgra-
cia. Estaba ciega de amor, confiaba en él y vivía a través de él. Ese no
ver fue el que la llevó a un sufrimiento tan largo y tan profundo que aún
hoy está pagando un precio muy alto.

El caso es que llegó lo que nunca ella hubiera deseado: el temido y
oneroso divorcio. Ella sintió, cuando recibió la misiva, un sentimiento
contradictorio que la hizo estremecerse y a la vez sacar su vieja arma-
dura con la que iba a luchar a muerte contra aquél con el que había vi-
vido durante toda su vida, nada más y nada menos que veintiséis años.

Estaba un día viviendo un momento muy dulce cuando, de repente, una nube
endemoniada trajo lo peor que se puede uno imaginar: problemas, tanto
a nivel interno como externo y económico. Sí, éste último era el que más
quebraderos de cabeza le causaba a Besia. Había llamado a su puerta la
minuta y ¡vaya minuta!. Se sentía engañada, frustrada, abatida. Le habían
prometido una cantidad como devolución y ahora era todo lo contrario.
Tenía que abonar una cantidad más alta que la que la iban a devolver y
eso para ella constituía un engaño de lo más vil e incluso infantil.

Besia no quería ni podía consentir eso pero ella sabía que luchar
contra aquel animal de múltiples cabezas iba a ser un desastre. Así que
decidió callar, pagar y sufrir. Sí, sufrir de nuevo, porque nadie le
escucha, nadie atiende a sus razonamientos. Busca su sitio, un sitio que
sabe que nunca encontrará, del cual nunca será merecedora.

Ella está desolada, sin salidas. Terriblemente cansada. No tiene armas
para luchar. La sociedad está en crisis, no hay lugares donde poder ganar
dinero honradamente. Todas las puertas se cierran y su túnel sigue sin
tener luz. No ve nada, está ciega en medio de la luz. Su cabeza busca
y busca, sin descanso. No come, no duerme, solo piensa. Cuanto más ejer-
cita su intelecto, menos soluciones alcanza. Está en una encrucijada. No
puede pedir ayuda a su familia y solo hay alguien que se atreve a tender-
le la mano para sacarla de ese agujero pero ella no quiere que se vea
involucrado en él. Ya es demasiado duro para ella para que un tercero
entre.

Está muy cansada. Sus ojos quieren cerrarse para siempre pero una fuerza
interior le dice que todavía no, que tiene que seguir, que su lucha tan
encarnizada y tan larga tiene que acabar alguna vez y que verá el fin de
todos sus sufrimientos recompensados de alguna manera.

Besia se rebela contra esa fuerza interior. Ya son tres años y no ve
nada. Tiene ganas de ser feliz, de vivir, de volar.

Esa fuerza le dice:"Besia, no zozobres. Tu fin está cerca y sonreirás,
vivirás, volarás, te ilusionarás y serás una persona plenamente feliz"

"Ojalá sea así!", piensa ella. Porque de lo contrario, me volveré una
mujer solitaria, sin sentido, vagabunda.

Besia recordaba tiempos mejores pero sabía perfectamente que los re-
cuerdos solo le traían dolor, así que había decidido dejarles aparcados
en un viejo bául que su padre trajo un día, lleno de polvo.

Sola seguía adelante, sola pretendía escalar una montaña tan alta que
solo un especialista sabría, sola quería saltar todas las vallas de una
competición, sola sabía que era difícil el reto pero que tenía que inten-
tarlo porque ella nunca se rendía. La vida le había enseñado a luchar en
la adversidad y esa ocasión tenía que superarla como fuera.

Pensaba: "¿Fue bueno tomar esa decisión o me equivoqué?". Esa refle-
xión la reconcomía por dentro cuando se paraba a analizarla pero ya no
había vuelta atrás. Tenía que mirar hacia adelante, con el sol de cara
y las ganas de vivir. Ella sabía y reconocía que era duro, difícil y
áspero pero por amor a su hija tenía que seguir escalando ese pico aunque
le faltara el oxígeno. Seguro que una mano amiga le esperaba allí arriba,
dándole el oxígeno y el aire que necesitaba. Miraría en la cima a su
alrededor, intentando no mirar abajo (ya que era su pasado) y crearía a
partir de ese punto un futuro mejor, sin el can Cervero que tanto le
había acosado durante toda esa escalada e intentaría olvidad. Sí, olvidar
todos los momentos tan amargos que había sentido. Seguro que lo iba a
conseguir, sin duda, estaba convencida.

La belleza ajena disfrazada.

Hoy, cinco de Diciembre, es un día nefasto y gris en la vida de Besia.
Sí, gris sobre todo y muy triste. No se ha muerto ningún pariente pero sí
en su interior. Tiene el corazón tan destrozado que ya no sabe cómo pegar
cada pedazo para que vuelva a latir con la misma ilusión que años antes.

En su trabajo nadie le ve, es invisible. Sus compañeros no recalan en
ella, parece un conjunto más del inmobiliario de la oficina. Ella intenta
hacerse ver pero es una batalla perdida. El otro día solicitó un permiso
de vacaciones y la respuesta fue muy categórica: NO. Esa forma de expre-
sión le llegó al alma y ahora está otra vez desorientada y descentrada.

No logra entender por qué las personas son capaces de tener dos perso-
nalidades e ir cambiando de una a otra con una comodidad pasmosa.

Besia sufre mucho. Su código de honor es muy alto y exigente. Cada
día que pasa se sorprende de sus semejantes y ella no conoce otra forma
de vida que la transparente, sencilla y amigable. Piensa que algún día
su mundo cambiará pero es duro no conocer la fecha exacta.

Sus compañeros no la apoyan. Cada uno defiente su puesto y no le im-
porta lo que al otro le pueda pasar o le está pasando. Solo te buscan
cuando algo que les atañe no va bien y ahí sí que te ven e incluso te
increpan. Tengo que huir, escapar de esta mala influencia.

Aquí no encajo. No es mi sitio. Todo este camino me exaspera y me
enerva pero no quiero ser como ellos. Menos mal que la vida también te
ofrece cosas buenas, aunque las menos pero que son las que me ayudan a
soportar estos duros momentos.

La balanza nunca se va a equilibrar ni va a haber un entendimiento
entre las partes. Tendré que huir y saltar por encima de ellos. Tal vez
así encuentre un poco de paz y sosiego en esta corta vida que vivimos.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Nubes en mi vida

De nuevo vuelvo a escribir para así poder descargarme emocionalmente del mal día
que hoy he tenido.

Pero lo voy a intentar describir contando una historia:

Besia, la protagonista de esta historia, es una mujer aventajada para su tiempo
que trabaja en una oficina y su jefe está bastante atrasado en cuanto a mente.

Ella intenta por todos los medios evitar los enfrentamientos pero son inelu-
dibles. Cada vez son más frecuentes y ella es consciente de que tiene que tomar
una decisión drástica. La presión de su jefe es insoportable, cada día la avasa-
lla más, hasta el punto de que ya no hay respeto ni educación en los modales ni en
la forma de hablar.

Besia siente que su castillo se desmorona como cuando un niño levanta uno de
arena y viene el mar y se lo come. Sus lágrimas son de intenso dolor, le laceran
el alma, se siente rota, humillada y no sabe qué medidas tomar para no hacerse daño.

Ella, no obstante, intenta pasar de ello pero su mente no le deja. Las lágrimas
asoman a su cara y no sabe cómo contenerlas. Su jefe es un tigre que persigue a su
presa hasta tenerla en sus garras y comérsela pero él no sabe que Besia tiene u
plan que va a hacer que ella pierda y él también.

Ya no resiste en la batalla, sus armas se han gastado y su ilusión y arranque
han perdido resistencia. Está muy abatida, quiere salir de ahí a toda prisa pero sabe que no es el momento.

Se encuentra en una encrucijada y lo sabe. Está en juego el futuro de otra
persona a la que no quiere hacer sentirse mal pero no le va a quedar más remedio.

Su jefe es una persona sin estudios, sin educación, sin cultura. Es la ley del
ordeno y mando. Nunca reconocerá la valía de Besia y ella lo sabe. Es un hombre
hipócrita, egoísta, huraño y avaro para con ella pero con los demás es todo lo
contrario e incluso es un cobarde. Sí, ésa es la palabra. No se puede tratar así
a una empleada. Las mujeres tenemos derecho a trabajar y no a que nos hagan llorar.

Besia reconoce perfectamente en su fuero interior que lucha contra el humo pero
debe seguir, sin renunciar. La vida le ha hecho ser una mujer con una armadura,
aunque reconoce que es sensible y vital. No sabe cómo afrontar esta etapa, está
dispuesta a tomar medidas de presión perjudiciales para ella pero no le importa,
seguro que algo de tranquilidad asomará en su vida.

La mañana ha sido muy dura para ella y no sabe si volverá al día siguiente.
No quiere volver a guerrear, desea calma, felicidad, libertad, sosiego. Son metas
que en este momento son inalcanzables para ella pero no abandonará porque está segura de que las alcanzará. Su mundo está oscuro, muerto, con tinieblas. Vive
porque está aquí pero no porque quiera estar. No hará tonterías porque es una
mujer sensata, equilibrada.

Un consejo para ti, Besia: sigue adelante, seguro que lo consigues y harás
que tu jefe se sienta como un gusano.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Vida a raudales.

¡Cómo me gustaría poder ahora mismo saltar al abismo, sabiendo que al
final iba a ser una persona feliz porque me iba a permitir desembarazarme
de este gran peso que llevo encima!

No suelto lastre y no puedo ser feliz. Mientras me sienta encarcelada,
la libertad se me escapa y no puedo ser yo misma, sobre todo cuando
existen ciertos límites externos a mí que no puedo controlar.

¡Cuán bien me sentiría si pudiera tirar todo este peso que me ahoga!
Pero por ahora no me queda otra salida que ver la vida a través de invi-
sibles barrotes, que al tocarlos, se hacen reales y son más duros que el
acero. Mi carcelero es mi muerte en vida y hasta que no urda un plan de
huída y le quite las llaves, la felicidad y la libertad estarán tan altas
que no podré alcanzarlas (con las ganas que yo tengo de tocarlas y
disfrutarlas.

¡Qué sorpresas te da la vida! Crees que eres feliz, que vives en un
cuento de hadas y, de repente, te despiertas y no ves más que sufrimiento
en torno a ti. Lo aguantas, lo soportas como puedes pero los días pasan
y tu mente dice basta. Pero, claro, existen ciertos obstáculos para los
que no estás entrenada y no puedes saltar. Decides volver a esperar pero
se hace interminable. Ya no ves lo que la vida te puede ofrecer, estás
ciega, sorda y muda. Quieres encerrarte pero algo por dentro te dice que
no puedes vivir en tu mundo, que eso no está bien, que solo serviría para
engañarte a ti misma.

Piensas: tú no eres así. No te puedes engañar de esa manera. Eres
fuerte, debes buscar otra solución pero ¿cuál?.

La más fácil sería abandonar todo y ser una errante toda tu vida pero
no te conformarías, sería demasiado fácil y eso no es de tu estilo.

La más difícil y arriesgada es la que ahora mismo te está llevando a
tomar decisiones en otros tiempos impensables, cambios en tu forma de
reaccionar, de sentir. Toda mi vida es un caos. No hay orden ni concier-
to. Intento racionalizar, ordenar mis reflexiones y pensamientos pero
nada, no encuentro coherencia.

Todo mi imperio se desmorona. ¡Qué lata! Estar aquí, en la Tierra, y
no poder disfrutar por culpa de una decisión conjunta que un día se tomó.

La otra parte parece que ni siente ni padece ni se da cuenta de nada
de lo que me pasa. No es que quiero que lo perciba pero a veces me gusta-
ría que fuera conmigo igual de humano que con los demás. Yo intento prac-
ticarlo pero, la verdad, a veces el genio me puede más que la sensatez.

En definitiva, tendré que seguir luchando contra este león que me puede
pero contra el que me resisto a que me venza.

Existencia inexistencial

¡Qué difícil es seguir adelante cuando ya la ilusión y otros muchos
proyectos no tienen sentido!

A veces me pregunto qué sentido tiene estar aquí si ya mi camino parece
acabar, sin encontrar, como Pulgarcito, pistas para salvarme de ese ogro
que es la vida. Unas veces te ayuda y otras te abandona.